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13. A Hard Day’s Night

Sin estar demasiado seguro de qué era lo que se festejaba fui al bar de Rodolfo. Rodo, amigo de años, había decidido renunciar a su magnífico trabajo (magnífico porque ante nuestros ojos no hacía nada y ganaba mucho) para abrir un bar. El problema era que lo había abierto en diciembre (literalmente unos días antes de las fiestas y de las vacaciones, cuando todo el mundo se dedica a tomar en otro lado que no sea en la capital), y además estaba en una zona media complicada: difícil de llegar, difícil de estacionar, y medio poco visible. Así que en un pacto nunca dicho, entre todos lo ayudamos. ¡Y vaya si lo hicimos! Se festejaron cumpleaños, campeonatos, fiestas varias… y sino simplemente nos juntábamos ahí.

Llegué y, como era previsible -por el círculo de amigos que compartíamos- estaba Lorena. La medio saludé (ese saludo que implica un movimiento de la cabeza desde lejos), y seguí para adentro. En un ambiente natural soy un tipo más bien tímido, que interactúo solo con las personas que conozco. Sin embargo, vaya a saber por qué hechizo del destino, ésta vez me tranformé en el centro de la fiesta. Conocidos y no me preguntaban cómo me había ido, me pedían que les contara cosas, me invitaban tragos. Fue extrañísimo. Y claro, trago va, trago viene, me pasé de la rosca, y terminé cantando «Resistiré» en la máquina de karaoke mientras que una turba de personas nos aplaudía a rabiar.

Llegué a mi casa cuando estaba amaneciendo, caminando por las calles cerca de casa y saludando a algunos vecinos que se iban a trabajar. Porque claro, era martes… solo que mi sistema sabiéndome un desempleado más no lo terminaba de asimilar. Me desperté a las 4 de la tarde, con demasiada hambre como para elegir qué comer, así que agarré lo primero que encontré en la heladera (algo bueno de volver con mis padres es que volvía a tener comida hecha sin moverme demasiado). Me bañé, y me dispuse a hacer algunos diseños que tenía en el debe (de clientes que, en realidad, eran amigos) y de pronto me di cuenta que tenía por lo menos 30 mails de facebook señalando que me habían etiquetado.

Las fotos me ayudaron a armar partes de una noche que ni recordaba. ¡Qué bochorno!… pero bueno, para eso se inventaron los bares de los amigos, ¿verdad?

2. No sense

Me pasé todo el fin de semana ordenando algunas cosas mías en cajas. Porque claro… había un pequeño detalle: no era mí casa. Cuando dije que la «habíamos comprado», debí decir que Lorena la había comprado. Era su dinero. Y por más que todos (desde mi familia y amigos, hasta mi escribano) me recomendaron que, dado que todavía quedaba hipoteca por pagar del Banco y que lo haríamos entre los dos, lo ideal sería poner la casa en diferentes porcentajes pero a nombre de los dos. Lo cierto es que no me importaba en lo más mínimo: yo me quería mudar con ella. ¡Y nadie piensa en que en menos de un año se va a pudrir todo!

Lo peor es que, con algo más de serenidad en mí, fui encontrando y recordando cosas que (aunque no fuera necesariamente así) en mi cerebro se iban uniendo: las reuniones del trabajo, los regalos que aparecían cada tanto, los mensajes, las llamadas… había que ser bastante tarado como para, por lo menos, no sospechar nada. Soy esa clase de tarado también.

El  punto es que, con la mayoría de mis cosas (tampoco es que tenga tantas) en cajas, ahora me enfrentaba a no saber bien qué hacer. No tenía trabajo fijo (lo cual complicaba a la hora de alquilar algo), una deuda importante que debía empezar a pagar el lunes, y momentáneamente no tenía un lugar donde quedarme. Así que hice lo que haría cualquiera: fui al bar amigo y tomé lo que no había tomado en todo este año. Y creo que a la botella número 12 (esa que veníamos tomando a la salida, porque el bar ya había cerrado) fue que descubrí lo que tenía que hacer. Y nunca una idea me había parecido tan fantástica, tan clara, tan obvia. Eso debía hacer.

Por lo menos el lunes. Hoy, mi objetivo era volver de alguna manera a casa.