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71. Drive My Car

Sí, me prendo.

Mi abuelo me enseñó que siempre es bueno decir que sí a los planteamientos; que siempre habrá tiempo después para decir que no. Así que cuando Matías mandó un mail a toda la barra para ver quién se prendía en un viaje a Brasil, lo contesté inmediatamente. Salvo unos primeros días de enero, hasta ahora mi verano se ha visto reducido a mi casa, fundamentalmente por esto de estar operado, no poder hacer demasiado ejercicio, ni fuerza, ni manejar, ni tomar sol… ¿sigo?

Así que bueno, dije que sí. Pero no solo eso, días después me senté en la hamaca paraguaya con la laptop y, mientras sonaba de manera furibunda un tema de UB40, armé todo el viaje. Conseguí precios de autos alquilados, calculé el combustible, la comida, la cantidad increíble de bebida, el alquiler de una casa, etc. Todo redondito. Y lo mandé a los posibles interesados. Dos días después estábamos los cinco que completamos el auto.

Así que a falta de otra fecha, en Turismo partiremos a Brasil. Y que dios se apiade de los brasileros.

57. Ob-La-Di, Ob-La-Da

Ya ni me acuerdo por qué elegí ir con el auto, porque eso me impide tomar. Tampoco es que sea un alcohólico perdido, pero a veces uno se tienta con algún vaso de cerveza. Sobre todo ahora que, entre lluvia y lluvia, parece que el calor llegó para quedarse. De cualquier forma, fui con el auto, y fue una buena decisión, porque el cumpleaños fue un embole. Por donde se lo viera. No es que la música fuera mala, es que no era la adecuada para ese momento. No es que la compañía fuera mala, es que no era la adecuada para ese momento.

Así que muy temprano (demasiado temprano para ser un fin de semana) dije que me iba. En el camino me encontré con Fernando y Leandro, que se sumaron en el viaje. Los únicos tres sobrios, los únicos tres que no veníamos -ni nos retiramos- acompañados. Nos subimos al bólido rojo y ahí partimos los tres.  Puse mi cd de cancioncitas lindas, bajé el vidrio, y disfruté del viaje. Pocas cosas me gustan tanto como manejar, y en pocas calles me gusta manejar más que en Rivera. Sí, es una porquería, está llena de autos, la gente cruza como si fuera un juego de computadora en el que tenés que esquivar (o pisar) peatones, sí los ómnibus complican todo. Todo eso y mucho más. Pero a mí Rivera me encanta.

Así que ahí íbamos los tres en el auto, hablando vaya a saber uno de qué, cuando empezó a sonar un tema de Elvis. Yo no sé si fue «A little less conversation» en su versión remixada, o si era «Burning love». Uno de los dos era. Fernando se iluminó, los ojos le brillaban, y desde el asiento de atrás grito:

– Paaa… tiene el arranque igual a la música de Aladín!

Nos miramos con Leandro. No podíamos muy bien entender a qué venía eso. Primero, no sé dónde sacó la conexión. Y segundo… ¿a qué tanta alegría? Leandro, con mucho mejor oído musical que yo le respondió que no, que tenía un no sé qué diferente, bla bla bla. «Y además, imposible que me acuerde de la letra de Aladín, sino te lo demostraba». Ahí apagué la radio, tosí un par de veces y empecé.

Yo te quiero enseñar
este mundo espléndido,
ven princesa y deja a tu corazón soñar…

Momento incómodo #5486. Por un momento nos miramos los tres, parados en el semáforo de Rivera y Luis Alberto de Herrera. «Qué?… también les puedo cantar la de La Sirenita si quieren».

Verde. Puse play y volvimos a escuchar a Elvis. Hay gente que no tuvo infancia.

50. Any Time At All

Corro, meto, llevo, paso, juego, corro, pego, grito… y finalmente suena la chicharra. Otro partido ganado, aplausos, besos y «buen partido loco» a cada uno. No sé si es que ya no estoy para estos trotes o qué, pero desde hace semanas que la pierna me duele como si tuviera roto un par de huesos. Igual nada de ir al médico, que seguro me encuentra algo. Así que me voy caminando tranquilo por la cancha hasta afuera. Pago mi parte y me quedo con algunos tomando unas cervezas, comentando el partido y algunas cosas sin importancia. La cerveza fría y los cuerpos cansados no son buena combinación, y entre los 6 jugadores y algunas gruppies nos tomamos como 12 botellas.

Nos estamos despidiendo, viendo cómo armamos la vuelta en los autos cuando, desde la otra punta de la cuadra Leandro grita «che… el viernes nos encontramos en lo de Fabi y salimos, ¿verdad?». Nadie le contesta una oración completa, pero casi todas son positivas. Igual adentro del auto vuelve el tema, de qué a dónde vamos a ir, de que otra vez al bar de Rodolfo no porque nos sale carísimo, que a qué hora nos juntamos…

Y ahí me acuerdo que tengo la oferta del casamiento en Salto. Por un lado, aquello de cruzar todo el país y manejar más de 5 horas para una fiesta no me va demasiado. Pero por otro, a mí los casamientos (y los cumpleaños de 15) siempre me divirtieron.

– Che, yo no sé si voy. Tengo un casamiento, pero es en Salto… mañana les mando un mensaje cualquier cosa
– Opaa… de quién?
– No sé muy bien… creo que es la hija de la hija de la hermana de mi abuela. O algo así. Pero no sé todavía si voy, medio que se me cae un huevo
– Jajaja… no jodas Pabli, dale… andá al casamiento, tomate hasta el agua de los floreros, y rompé la noche. Quizás todavía te volvés con una guachita abajo del brazo.

Miré un segundo por el retrovisor a Virginia, la novia de Diego, que era la que hablaba.

– Se… como si necesitara volverme loquito por una loquita que vive a 600 km de mi casa, ¡yo que no voy al centro por vago!

36. There’s A Place

Trabajar desde mi cuarto tiene ventajas importantísimas (como nunca llegar tarde, por ejemplo), pero acarrea desventajas pesadas a la hora de la balanza -además de no poder faltar nunca-. Por si fuera poco, desde hace un tiempito tengo los horarios trastocados, y me quedo toda la madrugada despierto. Por eso mismo, el mensaje sonó realmente fuerte en mi cabeza… seguramente más fuerte que en el propio celular.

«Me acaban de despedir. Carajo mierda!… almorzamos mañana?»

Bienvenida a mí mundo pensé por unos instantes, por aquello de mal de muchos consuelo de tontos. Pero después, obviamente, me repuse: Majo no está en la misma condición que yo, ni tiene padres que le guardaron el cuarto igual que cuando se fue. «Si claro… igual ese diario es una mierda. vos seguís siendo mi periodista preferida!».

Hacía muchísimo tiempo que no iba a la Ciudad Vieja. Por lo menos no de día, y sin que estuviera implicado algún trámite particular. A eso de las 12.30 pasé a buscar a Majo por su casa, y recorrimos el barrio en busca de ese restaurant tan fantástico que yo, obviamente, no conocía. Tampoco sé cómo volver. Almorzamos y conversamos como si fuera la última vez que nos fueramos a ver, y técnicamente era una de las primeras: desde que dejamos la facultad realmente nos habíamos visto muy poco, y últimamente teníamos más conversaciones por msn que otra cosa. Después de comer, caminamos un rato más por las plazas, aunque yo me divertí bastante más mirando a la gente. Me encanta escuchar las conversaciones, inventar la historia y terminarla. Ver cómo aquellos dos se pelean por una huevada, cómo aquellos tres discuten de negocios sentados en La Pasiva, o ver como aquel viaja apuradísimo porque es claro que llega tarde.

Calentamiento global mediante, el día se prestaba para estar en otro lado, caminando por la rambla, paseando por el prado, qué sé yo… lejos de la ciudad propiamente dicha. Pero como no había ánimos, nos sentamos frente al Mausoleo a disfrutar del sol. Y fue perfecto. Hablamos de la vida, de cosas que no tienen sentido, de cosas que solo tienen sentido para algunos, del calor, de los viajes, de qué bueno sería ganarse de una buena vez el maldito 5 de oro, de los lentes, de cómo la gente no le duele la cabeza con el sol, y de por qué todos los niños tienen la necesidad imperiosa de correr como poseídos contra el muro inclinado del mausoleo e intentar llegar al borde.

Y ahí me di cuenta de cuánto extrañaba eso. Tener a alguien al lado con quien compartir un nonsense puro y duro sin que importe nada más que saber cuándo se va a correr la nube que ahora está tapando el sol, porque además ninguno de los dos tenía trabajo para hacer. Y no hablo de tener a Majo como esa persona… no. Más bien tener a alguien como ella. Como ella en ese momento.

La nube finalmente no se corrió, así que nos autoinvitamos un café y un jugo de naranja, y quedamos en averiguar pasajes para escaparnos a algún lado.

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24. Words Of Love

Y finalmente el casamiento llegó. La ceremonia en un lado, la fiesta en otro, ambas bien lejos de mi casa; aunque como todos los conocidos terminamos alquilando una camioneta que nos llevaba y nos traía. Visto un poquito a la distancia creo que los planes no eran no manejar, sino evitar manejar en ciertos estados.

Sea como fuera, fuimos a la fiesta. Luciana estaba, realmente, hermosa. No puedo (¿genéticamente predispuesto quizás?) decir qué tipo de ropa tenía, ni siquiera estoy seguro de los nombres de los colores. Pero estaba hermosa. Bailamos (obviamente no el vals, porque me moriría de vergüenza), comimos, tomamos, conversamos muchísimo -entre nosotros y con todos los que estaban en la mesa-… y seguimos tomando, sobre todo cuando Micaela, la flamante nueva esposa, tomó el micrófono de la discoteca y amenazó gritando «que de acá no se va nadie que no esté en pedo, eh!?».

Ahí, a eso de las tres de la mañana, me di cuenta que perfectamente podría seguir en ese círculo. Me sentía cómodo, la mayoría de los que estaban en la vuelta me caían bien, y yo creo haberles caído a todos bien. Hasta que cansado, me senté un momento en la mesa y unos minutos después vino Luciana.

– Hey… ¿cómo estás?
– Uff… medio cansado, pero bien de bien. ¿Vos?
– Bien… me gusta que hoy te quedes en casa
– A mí me gustas vos… muuucho tu casa no, pero hay que sacrificarse a veces
– ¿Cuál es tu problema?, ¿por qué no te querés quedar?
– ¡No dije que no me quisiera quedar!
– Pero ya casi ni te quedás
– No es así
– Yo creo que sí
– No Lu… pero además entendeme un poco también. Yo hace unos meses estaba planificando mí casamiento, no viniendo a uno. No es que quiera volver a eso, pero dejame acomodarme un poco también. No sé… tampoco creo que sea el mejor lugar para hablarlo, ¿verdad?
– No… me imaginé

Y se paró y se fue.

9. Friends will be friends

Caminando por una calle de noche. Solo. Mojado, porque no había parado de llover y soy de aquellos que no cree en los paraguas ni en las capuchas. Ahí iba yo cuando sonó el celular. Hacía ya algunas semanas que estaba de viaje y, en realidad, mi nuevo teléfono lo tenían todos, pero igual no esperaba la llamada de nadie. Era mi madre. Que cómo estás, que cuándo volvés, que qué pasó con Lorena… super útil hablar de esas cosas. Fue cortar y darme cuenta que desde que había llegado -salvo algunos que me esperaban dentro de poco- casi nadie se había realmente interesado cómo estaba, dónde estaba, por qué estaba donde estaba.

Y la respuesta era bastante facilonga en realidad: era mi culpa. La historia de mi vida, ¿eh? Desde que había empezado a salir con Lorena (que pertenecía a cierto grupo de amigos/conocidos) había dejado de ver a mis amigos de otros círculos. No es que tuviera muchos tampoco (qué va, uno hace lo que puede): es que en su mayoría eran mujeres. Y siempre -pero siempre- que nos íbamos a ver, cuando había reuniones pautadas como un cumpleaños o similares, algo pasaba. No importa qué. Desde cosas normales y corrientes -creo- (como que Lorena se sintiera mal) hasta las cosas más inverosímiles (como choques de autos yendo al encuentro).

Lo que sí todos tenían algo en común: Lorena. Mágicamente algo pasaba siempre con ella. Al principio nunca uní los puntos, en determinado momento me sorprendí, se armaron grandes bardos en los que continuamente perdía el norte (resulta difícil enojarse con alguien por un accidente de tránsito), y pasado un tiempo ya me había resignado.

Resulta triste que me haya dado cuenta ahí, a cientos de kilómetros de mi no casa. Pero bueno, el que las hace las paga, ¿verdad?

2. No sense

Me pasé todo el fin de semana ordenando algunas cosas mías en cajas. Porque claro… había un pequeño detalle: no era mí casa. Cuando dije que la «habíamos comprado», debí decir que Lorena la había comprado. Era su dinero. Y por más que todos (desde mi familia y amigos, hasta mi escribano) me recomendaron que, dado que todavía quedaba hipoteca por pagar del Banco y que lo haríamos entre los dos, lo ideal sería poner la casa en diferentes porcentajes pero a nombre de los dos. Lo cierto es que no me importaba en lo más mínimo: yo me quería mudar con ella. ¡Y nadie piensa en que en menos de un año se va a pudrir todo!

Lo peor es que, con algo más de serenidad en mí, fui encontrando y recordando cosas que (aunque no fuera necesariamente así) en mi cerebro se iban uniendo: las reuniones del trabajo, los regalos que aparecían cada tanto, los mensajes, las llamadas… había que ser bastante tarado como para, por lo menos, no sospechar nada. Soy esa clase de tarado también.

El  punto es que, con la mayoría de mis cosas (tampoco es que tenga tantas) en cajas, ahora me enfrentaba a no saber bien qué hacer. No tenía trabajo fijo (lo cual complicaba a la hora de alquilar algo), una deuda importante que debía empezar a pagar el lunes, y momentáneamente no tenía un lugar donde quedarme. Así que hice lo que haría cualquiera: fui al bar amigo y tomé lo que no había tomado en todo este año. Y creo que a la botella número 12 (esa que veníamos tomando a la salida, porque el bar ya había cerrado) fue que descubrí lo que tenía que hacer. Y nunca una idea me había parecido tan fantástica, tan clara, tan obvia. Eso debía hacer.

Por lo menos el lunes. Hoy, mi objetivo era volver de alguna manera a casa.